Mohamed, “espá esnúa” y Manué
“el Bruto”
Mohamed
y Manué eran vecinos y amigos. Ambos vivían en Tetuán, en el Barrio de Málaga. El primero tenía un bakalito y el segundo era
albañil. Bueno, eso decía él, pero como mucho sería oficial o, tal vez,
un simple peón de albañil. Desde que llegó a Tetuán se instaló en el bullicioso citado barrio y se
hizo cliente de Mohammed, en cuyo bakalito hacía habitualmente la compra. Y así nació una buena y curiosa amistad entre ellos. Tenían una edad similar, rondando los 30 años. En las mañanas de los domingos se
veían en el cafetín que había enfrente de la tienda de Mohamed. Éste se tomaba su correspondiente te con
hierbabuena y Manué un café, al que le echaba un chorrito de coñac de una petaca que llevaba siempre consigo,
y de la que iba dando buena cuenta a lo largo
del día. Como siempre empezaban hablando de sus cosas: que Malika mi debe ya on mes , que la siniora Rosa no mi paga
ista simana, que la cosa está mocho mala, ti lo joro–decía Mohammed con
cierta indignación. (Por lo que se
ve, las cosas siempre han estado y siguen estando mal). Que ya zé que la coza está mu
ma(l), que el trabaho está joío –respondía Manué. Y así
seguían un buen rato hasta que finalmente,
y también como de costumbre, terminaban discutiendo de fútbol, sin que ninguno de los dos supiera ni siquiera
distinguir un córner de un saque de banda. Pero ellos a lo suyo y, como si nada, continuaban con su eterna e
inútil disputa. Si el uno gritaba el otro gritaba más aún, gritaban y gesticulaban apasionadamente.
Aquello era un verdadero espectáculo. De
hecho, muchos de los clientes que allí
se congregaban los domingos, y no eran pocos, iban casi exclusivamente por ver y escuchar “el combate dialéctico” entre
Mohamed y Manué . Hasta diría que hacían
apuestas sobre quién se llevaría el gato
al agua. Yo siempre he creído que Alí,
el dueño del cafetín , los consideraba
como parte del negocio y no precisamente como parte interesada, cómo diría yo…
algo así como una especie de
decorado viviente que servía de reclamo y, posiblemente, ni les cobraría la consumición. Lo que sí es cierto es que,
después de tanta algarabía, cuando se agotaban los argumentos, aunque más exacto
sería decir cuando ya ellos estaban agotados,
se daban la mano como si acabaran de verse
y se decían al unísono: ”safi,
ajai”.Y Mohamed añadía, como siempre, “in sha
Al-lah”. Dejaban de
hablar de fútbol y salían del
cafetín charlando amistosamente, aunque,
claro, como de costumbre, en un
tono tan
elevado que daba la impresión de que seguían discutiendo.
Manué
llegó a Tetuán en 1950. Venía con una
maleta de madera y una mochila, ése era todo su equipaje ¡Ah! y algo importante
para él, aunque inmaterial, también traía su alias,” el bruto”. Cómo seria
de bruto que en su pueblo, Bollullos de
Abajo, en el que al menos bruto si lo mueves un poco te echa un par de cosechas de bellotas en un
periquete, l e pusieron dicho mote, del
que él, curiosamente, se sentía muy orgulloso, incluso hasta presumía de ello. Aunque no os lo creáis, presumía tanto que cuando le preguntaban por su nombre,
siempre respondía lo mismo: “me llamo Manué er bruto”. Lo decía de carretilla, como si fuese su apellido; y eso
creía su amigo Mohamed, que siempre lo llamaba por “su apellido” y porque,
además, el mismo Manué le pedía
que lo llamara Bruto.
Era un
andaluz profundo. Lo de bruto le venía al pelo. Un auténtico pata negra y cuando hablaba había que hacer un verdadero esfuerzo para
entenderlo, y eso que en la Zona predominaba el acento andaluz, debido a que una
gran mayoría de los residentes en Tetuán
procedía de Andalucía, pero las palabrejas que
este singular hombre decía eran
más bien una especie de sub producto
andaluz. Quizá podríamos llamarlo
“el lenguaje de Manué”, porque verdaderamente era un lenguaje muy
particular y tan
cerrado que ni con un 3 en 1 se habría resuelto el problema.
El
apodo de Mohamed, “espá esnúa”, se lo puso Manué, que a todo lo que se movía lo bautizaba con un apodo, al que siempre
hacía referencia cuando hablaba de su titular. A nadie llamaba por su nombre,
no entendía que hubiese persona alguna en el mundo sin su correspondiente apodo.
Tenía una gracia especial para ello; yo diría, incluso, que ingenio. Voy a traducir el alias de Mohamed porque creo que
es necesario, ni os lo imagináis. Antes diré que el amigo marroquí era muy alto y extremadamente delgado. Cuando se
ponía el tarbuch rojo y vestía con la chilaba azul de los días festivos parecía un lápiz de color. Pues bien, espá
esnúa significa ¡
espada desnuda! Por la misma razón, es decir, la acusada
delgadez de Mohamed, o quizá por lo del
bakalito, quién sabe, también le apodaba “bacalao”, aunque éste era una especie
de apodo reserva y que sólo utilizaba Manué cuando se enfadaba con él. Aun cuando algunos
apodos podrían ser ofensivos, la verdad es que nunca los ponías con intención de ofender. Era, como él decía: ”llamá a la(s) coza(s) po(r) zu nombre “. O sea, que si un hombre tenía la cabeza muy grande,
ése no podía llamarse ni José ni Antonio ni Miguel ni nada que se le pareciera;
tendría que llamarse “Cabezón”.
Podría contar infinidad de apodos
graciosísimos, pero no es el objeto de esta historieta. Sin embargo
no me resisto a comentarles uno que a mí me pareció genial y merece la pena que lo conozcáis. Aurora, la mujer de Antonio, “el roñi”, tenía
un cuerpo muy particular; el tronco era grandote y bastante desarrollado, como su cabeza, que bien podrían corresponder a una señora de 1,85 de estatura;
en cambio, de cintura para abajo con sus cortas patitas
era otra cosa, como si fuesen las de una señora de 1,50. Ya imaginaréis
la enorme desproporción de su cuerpo,
que la mujer trataba en vano de disimular.
No sé cómo contarlo, qué sé yo…. era algo así como si hubieran partido por la
mitad a los mujeres, una grandota y otra bajita, y después se equivocaran al pegarlas. Esto hacía que la pobre de Aurora
cuando andaba pareciera que fuese a descoyuntarse, y de
ahí el origen del apodo: “la muñeca
articulada”. No me digáis que este Manué, a pesar de ser tan tosco y bruto, no era genial. A ella, como bien
habréis supuesto, nunca se lo llamaba a
la cara, no sé si por respeto o por temor a que
le partiera la cara.
Con
referencia a su desmedido afán por poner apodo a todo ser viviente, si alguien
le preguntaba sobre el particular
siempre respondía lo mismo: a la(a) coza(s) hay que llamarla(s) po(r) zu
nombre. Po(r) ehemplo, mi verdadero nombre no e(s) Manué, e(s) el Bruto, porque Manué no e(s) ná, a ve(r) ¿qué quiere desí
manué, eh?
En la
mañana de un domingo cualquiera, como no podía ser de otra forma, y la hora habitual, aparecieron por el cafetín Mohammed y Manué. Se
sentaron en su mesita de siempre, que
Alí, por la cuenta que le traía,
bien se ocupaba de reservarla. Como siempre pidieron un té verde con nahna y un café. Y también, como siempre,
iniciaron su rutinaria conversación para
pasar seguidamente, también como siempre, a su eterno e interminable debate
sobre el fútbol, aun cuando la discusión se centraba exclusivamente en el
Barcelona F.C., del que era simpatizante Mohamed, y en el Real Madrid, favorito
de Manué. Del resto de equipos pasaban olímpicamente.
.Il
Barsilona mocho más mijor iquipo qui il Madrí, decía Mohamed.
-Pero
qué dise, espa esnúa, el Madrí e(s) er
mejó equipo der mundo.
.No
sinior, il Madri más pior qui il
Barsilona…..A ver ¿ qui mi disi tú de Albo?
-¿Albo,
er de la(s) conserva(s) de zardina(s)?
-No,
hombre, no, quí tontuna tu disi, parisi
bujali. Yo ti digo Albo,
il difinsa diricho dil Barça
-Eze
gachó no jace ma(s) que da(r) patá a to er mundo. ¿Y qué me dise tú de
Cristria(n) eh? Eze tío zi que e(s)
güeno . ¡Y cómo le pega ar balón!
-Isi no
vale pa na. Parisi tine on pata di palo chi chota y manda pilota
al cielo. Ti digo qui un día va matar un paloma con el cora. Adimás tine moncha pinchuría. Il Misita mas
mijor pilotiro qui Cristian.
- Pero
qué dise bacalao (se ve claro que le enojó la respuesta porque le llamó
bacalao) ¿Y Pepote tambié te parese malo? No vea cómo huega er nota. E(s) un primò verlo hugá.
-Parisi
mintira qui tu dise eso. ¿Está ciigo o
qué? Ese tío da un patá a la pilota y otra al tubiio.
Y así continuaban
su estéril y siempre
polémico debate durante dos o tres horas
cada mañana de cada domingo y, una vez
más, como siempre, al terminar el debate se daban la mano con su correspondiente “safi ajai” y
el ” in sha Al-Lah” que añadía Mohammed. Y cuando abandonaban el cafetín, preguntó Mohamed a Manué ¿Oyi,
Broto, tú pagado al caguachi?
-Yo no
¿y tú?
-No, yo
no tampoco li pagado.
Se miraron, se encogieron de hombros, sonrieron y siguieron su camino. Pues eso.
Julio Liberto
Corrales.