La pintora Consuelo Hernández, que fue
profesora en el Instituto Español de Tánger, y que ha paseado su exquisito arte
por las principales salas de varios países, especialmente de España y
Marruecos, ha expuesto recientemente en el Centro Cultural de la Riva, en las
Rozas. Por problemas de agenda no pude asistir a la inauguración de esta
exposición ; lo hice dos días después sin la parafernalia propia de toda
presentación, lo que me permitió disfrutar
y emocionarme con la pintura de Consuelo.
Me habían hablado muy bien de esta pintora,
pero no conocía su obra, sólo unas reproducciones gráficas que, naturalmente,
no dicen nada. Y tengo que decir que quedé
gratamente sorprendido. Pausada y
tranquilamente disfruté con
entusiasmo de la contemplación de todas
y cada una de las obras expuestas, porque para disfrutar de la buena pintura hay que hacerlo con tiempo, puesto que no sólo hay que verla sino “leerla”. El arte
tiene un lenguaje muy especial y no fácil de entender. Incluso hay privilegiados que logran dialogar
don los cuadros y obtener respuesta.
Se nota su paso por Tánger, donde la luz
cantarina del mediterráneo magrebí juega caprichosa con los colores y crea una
atmósfera de fantasía para el artista. Consuelo ha sabido interpretarlo magistralmente,
con seguridad y singularidad, en los diversos cuadros titulados “Ventanas al
mar”. En ellos, luz y color, mar y cielo se alían hasta
conseguir un bello y ordenado equilibrio.
Su maestría y exquisita técnica la expresa de
forma más acusada en sus otras obras expuestas, donde el tema central son
estaciones ferroviarias con figuras humanas. Su dominio del dibujo artístico y
técnico aquí se hace evidente al
conseguir un impresionante realismo
en todos sus cuadros.
De esta espléndida serie de las estaciones
quisiera centrarme en el “Sin destino”.
Es imposible mantenerse indiferente ante
la perfección de esta obra. He intentado “leerla”, no sólo con ojos de
crítico sino también como aficionado a la pintura. No pude disimular mi envidia,
diré que envidia sana para no quedar mal.
La firmeza y naturalidad del dibujo, unidas a su dominio de la paleta, dan como resultado una
verdadera obra de arte. Sobre un fondo perfecto de estación destaca en un primer
plano la figura de un joven, abstraído y pensativo, que da nombre al cuadro.
Consigue pintar el pensamiento, que no
se ve pero ahí está pintado. La textura que da a la cazadora y a los pantalones
las hace prendas viva como si, a modo de collage, estuvieran ahí presentes. Y qué decir de la
mano del actor, en la que destaca la autenticidad de sus venas, que tienen tal veracidad que ni una foto artística podría mejorar su realismo.
Julio Liberto Corrales
Crítico de Arte
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