El presente trabajo no es una obra original del autor, sino simplemente la recopilación de diversas lecturas—muchas ignoradas--que he creído pueden servir para tener una idea de conjunto de lo que significó, y significa, por supuesto, la islamización de gran parte del continente negro, con todas sus consecuencias.
EL ISLAM EN ÁFRICA NEGRA
LA INFLUENCIA DEL ISLAM
La fuerza del islam, religión que penetró en el África negra a partir del siglo X por la región de Tekrur, al noroeste de Senegal --el norte de África ya había sido islamizado a partir del siglo VII-- consistió en liberar al hombre de la servidumbre a innumerables objetos de cultos y, sobre todo, a una red aplastante de fuerzas diversas—y con frecuencia contradictorias—a la que su vid a cotidiana estaba sometida.
Si el africano tradicional se siente totalmente solidario con el mundo en el que vive, esto significa también que, a través de los tiempos, ha conservado las huellas de los inmensos miedos causados por su entorno. Está claro que quedan secuelas de ello, en el hecho de que se cree con frecuencia perseguido por fuerzas nefastas e invisibles, que están esperando un mínimo fallo para hacerle caer en una trampa mortal. Por ello, intentará evitar sus efectos más nocivos: ésta es la meta de los sacrificios y de las sociedades secretas que tratan de desorientar, destruír o, al menos, luchar contra los brujos, esenciales representantes en este mundo de las fuerzas demoníacas. Por cierto, los árabes llaman a los negros “hijos de Satán”. Para el islam, una buena parte de los negros todavía está formada por mayus (magos), adoradores del fuego y del sol.
Probablemente, no es ninguna casualidad que el islam, que representa sin lugar a dudas el mayor esfuerzo hacia la abstracción pura, naciera en el seno de una raza que vive en zonas desérticas donde, entre el cielo y la tierra, no existe nada, sino el infinito, que se renueva, siempre idéntico a sí mismo, a lo largo del tiempo. Tampoco es una casualidad que esta religión se haya extendido en África negra por todas las regiones del Sahel, sin excepción, encontrando por el contrario la oposición más encarnizada por parte de las tribus que habitan el bosque tropical. Entre estas etnias o entre los pueblos que allí vivieron, a veces durante milenios, el entorno segrega constantemente un miedo, o al menos una especie de respeto hacia las fuerzas invisibles, cuya presencia se percibe casi de forma física.
Por ésta u otra razón, el islam no arraigó sino entre los nómadas pastores de la sabana, acostumbrados a la presencia permanente del cielo sobre sus cabezas. Pero, incluso en este sector, le costó con frecuencia varios siglos convertirse en una religión todopoderosa. Durante mucho tiempo no tuvo seguidores, sino entre minorías étnicas o en castas concretas. Por ejemplo, en el imperio de Malí únicamente los soberanos y algunos dignatarios importantes eran musul-manes. En general, lo utilizaban como elemento de prestigio para uso externo, al igual que los reyes convertidos de la costa usaban el cristianismo. Fue sólo o mediados del siglo XIX—a raíz del yihadfulbé—cuando el islam empezó de verdad a conquistar a la muchedumbre negra, conquista que continua desde entonces.
LOS FULBÉ Y LA GUERRA SANTA
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(el Hach Omar Tall)
(Samori Turé)
Mohamed Bello (sultán de Sokoto)
(Osman Dan Fodio)
La constitución de las diversas hegemonías sudanesas (Sudán=país de los negros) de la Edad Media, acarreó importantes movimientos de pueblos y obligó a menudo a los habitantes primitivos a buscar refugio en zonas montañosas, donde permanecieron al margen de todo contacto hasta el siglo XIX y, en algunos casos, hasta el XX.
Desencadenado, al parecer, por la caída del imperio de Gana (siglo XI; no se corresponde con la Ghana actual), el movimiento de dispersión de oeste a este de los pastores fulbé tuvo un carácter muy diferente. En el siglo IX importantes grupos de estos trashumantes se hallaban establecidos en el valle medio del Senegal, el Futa Toro. Su origen es un misterio; probablemente, descendían de los pastores de bóvidos que habían hecho pastar sus rebaños en los macizos montañosos saharianos entre 4000 y 2000 a.C., e iniciado un lento descenso hacia los países sudaneses, a medida que el Sahara se secaba.
Estos nómadas, establecidos al principio al sur de Sahara oriental, habían podido conservar un tipo antropológico muy estable porque eran estrictamente endógamos. Su alimen-tación, basada en los productos de sus rebaños, les permitía una autonomía perfecta con respecto a los pueblos que encontraban en su camino. Esto explica que grupos “etíopes”—en el sentido antropológico del término—próximos parientes de los etíopes o nubios de la actualidad, pudieran llegar al otro extremo de África, donde su tipo físico se distingue aún hoy del de los negros o de los nómadas blancos. Su tez acostumbra a ser bastante clara, más o menos cobriza, aunque se mezclan también con los otros tipos y son mayoritariamente dolicocéfalos. Aquellos que se dedican principalmente a la cría de ganado son conocidos como "bororos", un subgrupo caracterizado por sus pinturas faciales, que usan cuando llega el momento de elegir esposa, asi como la ritual danza de seducción, destinada a elegir al hombre más bello.
En el transcurso de su migración histórica hacia el este, los fulbé conservaron en parte ambos caracteres: la autonomía alimenticia y la endogamia. Pero otros grupos establecidos entre los sedentarios, se mestizaron. En Senegal, la unión de fulbé, wolof y sereres dio como resultado los "toucouleur" o tucolor (denominación francesa, al parecer derrivado de tekruror, gentilicio en árabe de los naturales del antiguo reino de Tekrur), primer pueblo islamizado del Africa negra occidental, y los toronké. En Malí, su mestizaje con los soninké/malinké o mandingas dio los fulanké.
A finales del siglo XV los fulbé carecían de importancia histórica. Eran paganos todos, salvo los tucolor de Senegal y algunos fulbé instalados en Tombuctú y Djenné, las dos únicas ciudades del Sudán donde existía en aquella época un verdadero ambiente mahometano. Nada permitía prever, entonces, la extraordinaria llamarada de guerra santa fulbé que cambiaría la faz política del África subsahariana.
El elemento dinámico en la historia del Sudán nigeriano durante el siglo XVIII, fue la conversión de los fulbé al islam, religión introducida por los mauros árabohablantes que habían llegado de Mauritania. Los pastores fulbé, conscientes de su superioridad intelectual sobre los agricultores negros cuyos rebaños cuidaban, habían descubierto al fin, a través del islam, la clave de su emancipación. La conversión acrecentó su sentimiento de supe-rioridad sobre los paganos y dio un motivo religioso a sus exacciones, ya que apoderarse de un rebaño, de la tierra y de su propietario se convertía entonces en una obra santa. Así comenzó el yihad fulbé.
El primer fulbé que puso en práctica ese principio fue el sabio musulmán Karamoko Alfa, verdadero fundador del reino fulbé de Futa Yalón (Guinea), hacia 1725. En 1776 nació un segundo estado teocrático en el Futa Toro senegalés. Un grupo de musulmanes piadosos, los torobé (la clase intelectual y aristocrática de los trekuror), derribó al ardo (señor) fulbé pagano y nombró un almamy (un imán), jefe a la vez espiritual y temporal. Años más tarde, se producía la misma revolución en Bondú, situado entre el Futa Toro y el Futa Yalón.
Así, pues, a fines del XVIII existían tres estados teocráticos fulbé en el oeste del Sudán, una zona que se hallaba en contacto desde hacía siglos con los moros del Sahara occidental y, por mediación de éstos, con los del islam culto de la escuelas de Fez y de Tremecén, así como con el islam místico de las zauías del sur marroquí. El proselitismo de los torobé y su ardor misionero, empezó a ejercerse entre quienes hablaban su misma lengua y se hallaban dispersos por toda la zona sahelosudanesa. Los fulbé se convertirían así, en guardianes únicos del islam culto en el Sudán occidental.
Precisamente, en una familia torobé emigrada hacia tres siglos a Gobir (estados hausa), nació en 1754 el tucolor Osmán dan Fodio (1), iniciador de la extraordinaria llamarada islámica fulbé y trekuror del XIX que haría penetrar brutalmente, en el seno de las masas campesinas negras, aquella religión introducida ocho siglos antes por los almorávides y reservada, hasta entonces, a un nivel social limitado de ciudadanos, cortesanos y comerciantes.
Osmán dan Fodio llevó al principio una vida de predicador austero y místico, dedicado al estudio y la contemplación, pero más tarde, el sarkín (jefe religioso) de Gobir (norte de Nigeria) le amenazó con encarcelarlo por desobediencia a las leyes del Estado. Osmán huyó entonces a Gudu en 1804, huida que los fulbé musulmanes compararon con la hégira (la fuga de Mahoma a Medina), que marcó el comienzo de la era musulmana. Osmán, nombrado sarkin muslimi (Comendador de la Fe) llamó entonces a sus partidarios al yihad (la guerra santa) contra los animistas y contra los musulmanes hausa, cuyo islamismo juzgaba demasiado tibio y contaminado por el paganismo. Distribuyó otros tantos estandartes bendecidos (la bandera verde de los “verdaderos creyentes”) entre sus doce discípulos más fieles.
Entre 1804 y 1809, los “portadores del estandarte” conquistaron la totalidad de los estados hausa y sustituyeron con emires fulbé a los sarkín hausas, ocuparon el norte de Oyo, creando una cabeza de puente para la propagación mahometana en el país yoruba, y establecieron emiratos en el norte del Camerún. Solo el Kanem-Bornú—al este del lago Chad—les presentó resistencia e hizo prevalecer la ortodoxia y la antigüedad de su islamismo, tanto como la fuerza de su ejército, para evitar la suplantación de su mai(rey) por un emir fulbé. Con todo, Osmán dan Fodio no intervino personalmente en la génesis de la prodigiosa expansión fulbé. En 1809, nueve años antes de su muerte (aquejado por la lepra desde su juventud), abandonó la política para remansarse en el retiro religioso. Su tumba, en Sokoto, es todavía hoy lugar de peregrinación.
Por otro lado, en mayo de 1818 un morabito fulbé de Massina, el ulema Amadú Hammadi Bubu, derrotó al rey bambara de Segú y solicitó de Osmán dan Fodio una fatua que justificase la guerra santa contra los bambara paganos. Aquél lo nombró jeque y le envió varios estandartes bendecidos para asegurar la victoria. Amadú conquistó Djenné (bombardeó y destruyó su centenaria mezquita) y Tombuctú, obligó a los fulbé nómadas a sedentarizarse, difundió el islam entre éstos y los bambara paganos, fundó yextendió los limites de su estado teocrático de Massina, y creó un califato basado en una nueva capital erigida en Hamdullahi ("Gracias a Dios"). Más que un caudillo, el jeque Amadú aparece sobre todo como un gran místico, que hizo mucho por elevar el nivel moral del islamismo fulbé.
Pero el reinado de su nieto, Amadú Amadú, sería trágicamente interrumpido en 1862 con la conquista de Hamdullahi por el hach Omar Tall (Umar ibn Saʽīd Tal). Este personaje no sólo dirigió una guerra santa “clásica” contra los paganos, sino también una verdadera “guerra de religión” en el seno del islam negro: al extender con la palabra y el alfanje la cofradía Tiyaniya en el Sudán occidental, provocó el ocaso de la cofradía Qadiriya—juzgada demasiado tolerante—que había sido difundida por los fulbé a lo largo de todo el sahel sudanés.
El tucolor hach Omar Saidu Tall había nacido en el Futa Toro senegalés y estaba ligado a la casta clerical de los torodó (en fulá sig. "el que reza en compañía de otros"). Siendo adolescente perfeccionó su ciencia islámica iniciá-ndose en la cofradía Tiyaniya, fundada en 1781 en el sur argelino. Viajó a La Meca y se hizo nombrar “jalifa general de la cofradía para todos los países del Africa negra”. Su fama de profeta le permitió crear un ejército de jóvenes discípulos, los talib o estudiantes del Corán, y en 1850 compró armas a unos traficantes británicos de Sierra Leona y se dispuso a fundar el Imperio tucolor, conocido como "Estado de la yihad tiyanista o el Segú tucolor" en territorio del actual Malí.
Conquistó rápidamente algunas poblaciones, pero en Medina, junto al río Senegal, tropezó con un destacamento francés y con la hostilidad de los jefes senegaleses y de los morabitos de la Qadiriya. Ante el fracaso, se volvió entonces hacia el este contra los reinos bambara de Kaarta y Segú. Conquistó Segú en 1861 y estableció aquí la capital de su reino. Un año más tarde dejó el mando en opoder de su hijo Ahmadu Tell y se lanzó a la conquista del estado fulbé de Massina, destruyó su capital Hamdullahi (2) y lanzó un ataque contra Tombuctú, pero la reacción de los fulbé y de los franceses, dirigidos por Faidherbe, obligó al hach Omar y a sus seguidores a replegarse hacía Degembera, en los acantilados de Bandiagara, en la región de los dogón (Malí), donde el hachi murió en 1864 en circunstancias misteriosas, dando pábulo a la leyenda de su supervivencia y de su esperado retorno como Mahdi (Mesías). Según parece, falleció al producirse una explosión en su depósito de pólvora.
La carrera del hach Omar, una ingente oleada épica que acabó destrozándose en los contrafuertes salvajes del país Dogón, no pudo ser continuada por su hijo Amadú a causa de las disensiones familiares, de la agitación fulbé y bambara, y en especial a causa del avance francés (3). En 1890, el ejercito galo, aliado con los bambara, entró en Segú y Amadú tuvo que huir a Sokoto, en Nigeria, lo que supuso el fin del efímero imperio que había creado su padre.
En cuanto a Osmán dan Fodio le sucedió su hijo Mohamed Bello, que se estableció en Sokoto, mientras que un hermano de Osmán, Abdalá, se instalaba en Gando. Según el inglés Clapertton, que fue recibido por Bello, éste "tenía un aire noble e imponente y una frente alta" e hizo gala de sus conocimientos religiosos. Además, manejaba con soltura lentes y planisferios y conocía todos los planetas y algunas constelaciones, por su nombres árabes.
Entre 1842 y 1859, el imperio fulbé de Nigeria alcanzaría su máxima expansión. Por desgracia, los emires que les sucedieron, lejos de poseer la fuerza moral e intelectual de sus fundadores, se dedicaron a explotar, como reserva de esclavos, toda la parte animista de su imperio, el famoso “Middle Belt” (como llamaron los británicos al centro de la actual Nigeria).
La guerra santa fulbé y tucolor fue de suma importancia en la historia de África occidental en el siglo XIX, que terminó al final con la conquista colonial. No sólo generalizó el islam entre las masas sudanesas, sino que dio ocasión de manifestarse a numerosas personalidades, que aparecieron ante los europeos de su tiempo como los únicos jefes posibles de las comunidades negras, lo cual explica la sistemática protección que dispensaron al islam franceses e ingleses, así como la difusión extraordinaria de esa religión durante el periodo colonial.
(1) Su apellido Dan Fodio, significa en hausa “hijo de jefe religioso”. Según el rito maliquí y la Qadiriya, era considerado un santón o morabito.
(2) La vida en Hamadallahi era en extremo puritana. La más minima desviación moral era reprimida, se prohibieron las danzas y el tabaco; las viudas de cierta edad debían encerrarse en sus casas, para evitar que los viejos "se acordasen de su juventud". Con todo, la situación de las mujeres tenía sus compensaciones: no debían ser maltratadas bajo ningún concepto y, si era necesario golpearlas, los golpes debían ser administrados sobre el techo de la vivienda, a la vista del pueblo, lo que representaba una afrenta ignominiosa para la infortunada.
(3) Como su padre, Amadú era otro fanático radical capaz de cualquier atrocidad. El explorador francés Paul Soleillet, que residió en Segú durante cuatro meses y fue tratado bien por Amadú, porque se trataba de un civil, relata que “cuando Amadú tomaba un pueblo mandaba cortar la cabeza a todos los varones mayores de doce años; el criterio para determinar su edad era medirlos valiéndose de la altura de un rifle.
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