JOSE MARTI, EL HEROE DE LA
REVOLUCION CUBANA, ERA ESPAÑOL
Muchos
de vosotros, y me dirijo a todos los españoles nacidos en Marruecos, al leer el título de
este artículo os preguntaréis que qué pinta en la revista “La Medina” una
reseña sobre el impulsor de la
independencia de Cuba. Si os dignáis leerlo podréis comprobar que sí tiene
mucho que ver en relación con nuestra identidad
española.
Los
nacidos en Marruecos, hijos de padres españoles, éramos inscritos como
ciudadano español en el correspondiente Registro Civil de los Juzgados de Paz del
lugar de su nacimiento. Nuestro Código Civil, en su artículo 17.1 dice
literalmente “Son españoles de origen: a) los nacidos de padre o madre españoles”. No
añade nada en relación al territorio, es decir, cualquiera que sea el país
donde se nazca, siendo hijo de españoles de origen, se obtiene automáticamente
la nacionalidad española. Obviamente,
los nacidos en la Zona de padres
marroquíes eran inscritos en el
correspondiente Registro del Majzén
jerifiano como ciudadano marroquí, y son
tan marroquíes como los nacidos antes
o después de la época del Protectorado.
Aunque
la aclaración que aquí hago sobre nuestra españolidad no
sería necesaria porque es una obviedad
de la que no creo dude ninguno
de nuestros paisanos, sí quiero dejar aquí
constancia para aquéllos, y no son tan
pocos, que cuando le dices que has
nacido en 6Marruecos inquieren, a modo de
pregunta y afirmación a la vez, “entonces tú eres marroquí” (?) Precisamente
no sólo nos hemos sentidos siempre muy
españoles sino que además lo llevamos
muy a gala. Esto no quiere decir,
ni mucho menos, que despreciemos la nacionalidad marroquí; en absoluto y nada
más lejos de la realidad. Siempre la hemos respetado y la seguimos respetando. Y ellos legítimamente, igual que nosotros, se
sienten orgullosos de su nacionalidad. De hecho somos muchos los que aún mantenemos muy
buenos lazos de amistad con no pocos
marroquíes de la Zona Norte. Y una buena prueba de ellos son las excelentes
relaciones que “La Medina” mantiene con centros y autoridades marroquíes.
Siendo
un niño de corta edad paseaba por la calle de La Luneta (qué grande me parecía entonces esa
calle y ahora qué pequeña, parece como si hubiera encogido, ¿es que las calles, como las personas , encogen con la edad?). Iba
acompañado de mi buen amigo Juan García
Jiménez, “el Largo”, al que llamábamos así porque era, y afortunadamente sigue
siendo, muy alto. Todos teníamos algún alias; a mí, que tengo --tenía-- los ojos achinados, me llamaban “Chino”.
Caminábamos hacia la Plaza de
España, seguramente para cometer alguna diablura, que era nuestro deporte
favorito. En dirección contraria bajaba un señor mayor que, si mal no
recuerdo, podría tener unos setenta años o tal vez más, no lo sé. Andaba
con dificultad tratando, sin conseguirlo, disimular su muy aparente cojera. Juan, que ya desde su más tierna infancia era muy imaginativo, idealista y dado a la fantasía, señalándolo con un leve movimiento de cabeza, me dijo
“Mira, ése es un veterano de la guerra de Cuba, mutilado. En Tetuán hay varios”.
Me lo decía con tanto énfasis y
sintiéndose tan importante por
“conocer” a un mutilado de guerra que parecía
que él también había estado combatiendo en Cuba al lado de ese su héroe. Yo, entonces, la verdad es que no le di importancia alguna. ¡Qué no daría yo hoy por poder entrevistar a esos
entrañables veteranos!
Bueno,
dejémonos ya de historias y vayamos con
José Martí, el héroe cubano de la Revolución, que no era cubano. En 1850, Mariano Martí
Navarro, un suboficial del
ejército español, sargento de
artillería, natural de Valencia (España),
es destinado a La Habana, donde conoce a Leonor Pérez Cabrera, una joven de origen canario nacida en Santa Cruz de Tenerife, con la que contrae matrimonio y en
1853, fruto de esa unión, nace José
Martí Pérez. Como todos sabemos, en aquella época Cuba era colonia española y, por lo tanto,
este hijo de españoles de origen fue inscrito en el Registro Civil de La Habana como ciudadano español,
que era lo que evidentemente correspondía.
Porque si José Martí Pérez era cubano ¿qué somos nosotros los nacidos en Marruecos? No, rotundamente no, José Martí, el héroe nacional
de la República de Cuba era tan
español como cualquiera de nosotros. Podría haberse nacionalizado cubano, pero ni siquiera eso pudo ocurrir ya que,
lamentablemente, falleció en 1895 y Cuba aún era colonia española.
Publicaciones cubanas de la época,
refiriéndose a él, decían “su obsesión era liberar a su patria”. En mi opinión,
lo correcto hubiera sido “su obsesión era liberar a Cuba”
porque su patria era España y, aunque él se sintiera cubano, en sus
muchos viajes al extranjero
utilizaba pasaporte
español, documento que le acreditaba
como tal. También se le conoce en Cuba como
“el más universal de los cubanos” y “fue el cubano que más amó a Cuba”. Más exacto sería decir “fue
el español que más amó a Cuba”, que eso sí que es cierto.
Creo que ha quedado meridianamente claro el objeto de este artículo, como reza en su titular, pero sería un despropósito y una inaceptable insolencia por mi parte no hacer, aunque sea fugazmente por razón de espacio, una breve referencia a la apasionante historia de este polifacético e ilustre personaje. Le llamaban Maestro, en el más amplio y alto sentido del vocablo. Y es considerado como una de las figuras cumbres de la América Latina. En 1865, cuando sólo tenía 12 años, ingresó en la Escuela Superior Municipal de varones, de La Habana, cuyo director era el poeta Rafael María Mendive, un criollo licenciado en derecho, acérrimo independentista, que pronto se percató de la capacidad y superior inteligencia del niño y se convirtió en su protector, adoctrinándolo e inculcándole sus ideas separatistas.
Creo que ha quedado meridianamente claro el objeto de este artículo, como reza en su titular, pero sería un despropósito y una inaceptable insolencia por mi parte no hacer, aunque sea fugazmente por razón de espacio, una breve referencia a la apasionante historia de este polifacético e ilustre personaje. Le llamaban Maestro, en el más amplio y alto sentido del vocablo. Y es considerado como una de las figuras cumbres de la América Latina. En 1865, cuando sólo tenía 12 años, ingresó en la Escuela Superior Municipal de varones, de La Habana, cuyo director era el poeta Rafael María Mendive, un criollo licenciado en derecho, acérrimo independentista, que pronto se percató de la capacidad y superior inteligencia del niño y se convirtió en su protector, adoctrinándolo e inculcándole sus ideas separatistas.
Con
apenas 16 años, por el simple hecho de
escribir una carta a un colega y amigo
de colegio, al que reprochaba su apostasía de la causa cubana, es condenado
nada menos que a trabajos forzados. En octubre de 1870 es
indultado y en enero de 1871 fue deportado
a España, Su capacidad e
inteligencia, unidas a su afán por aprender no tienen límite. Y en 1874 se licencia en Derecho
Civil y Canónico en Zaragoza (España) , y unos meses
después de ese mismo año, obtiene la licenciatura en filosofía y letras. En el ínterin aún tenía
tiempo para publicar numerosos artículos y escribir algunos ensayos y novelas,
destacando su célebre obra “Ismaelillo”.
Con la Paz de Zanjón regresa a La Habana en 1878.
Sus apariciones en los más diversos lugares con sus audaces discursos no
dejaban de sucederse y en 1879 es
nuevamente detenido y otra vez deportado a España, de donde pasa a París y de ahí, en 1880, a Nueva York
para terminar en Méjico, donde entonces residía su familia. Poco antes de su
detención había contraído matrimonio con
Carmen de Zayas Bazán, del que nació su
único hijo, José Francisco, que falleció
en 1945, a los 67 años de edad, sin dejar descendencia.
En 1890
se establece en Nueva York, donde trabaja como instructor de español en la Escuela
Central y continúa con su actividad política y literaria, escribe
numerosos artículos y crónicas políticas que se publican en la prensa internacional. Funda la Liga Patriótica y redacta las bases
del Partido Revolucionario Cubano, del que es nombrado delegado. Y desde allí planifica y organiza la liberación de Cuba. Recorre varios países hispano-americanos, donde ya es muy conocido y reconocido, dando conferencias
sobre la revolución e independencia de “su país”.
Autor
de un sinfín de magníficas obras
traducidas a las más diversas
lenguas. Publica varias novelas, poemas
y ensayos. Junto a Rubén Darío y
otros ilustres poetas y escritores del continente hispano-americano fue el
precursor del movimiento modernista. Hablaba inglés y francés. Autor de “Versos
Libres” en 1882. Pocos sabrán que la letra de la popular canción “Guantanamera”
se obtiene de uno de sus poemas, “Yo soy
un hombre sincero”.
En 1895
se embarca en Haití con una
reducida fuerza miliar y desembarcan en Playitas de Cajobabo. Aunque Martí, como
político nunca intervino activamente en la guerra, haciendo caso omiso de las
recomendaciones del general Máximo Gómez, interviene en una refriega con las fuerzas
reales y cae abatido en Dos Ríos. Su cadáver fue
llevado a Santiago de Cuba y reposa en el cementerio de Santa Eugenia.
En plena madurez intelectual, cuando sólo tenía 42 años, se fue para
siempre este hombre
singular, insigne pensador, filósofo,
poeta, periodista, ensayista, novelista y un honrado político que vivió por y para sus ideales, y
en ellos encontró la muerte.
Para
finalizar, y en honor a los muertos, digamos que la última guerra cubana contra el Reino de España, conocida como el
“Grito de Baire” se inicia el 24 de febrero de 1895. A finales de 1897, fuentes oficiales españolas reconocían que,
hasta esa fecha, durante el curso de la guerra
habían fallecido 13.000 soldados de fiebre amarilla y 40.000 de otras
enfermedades tropicales; y que los muertos en combate ascendieron a 3.000 y los
heridos a 9.000. Otras fuentes oficiales y otras diversas fuentes facilitan cifras que poco o nada se parecen a las facilitadas, aunque da la sensación de que todos tratan de reducir la lista de muertos en combate, engrosando la de muertos por problemas de salud. En cualquier caso sí está claro que la peor guerra fue la que se libró contra las
enfermedades. Este es el cruel desastre
en vidas, y no hablo de las otras muchas
calamidades de toda índole que provocó la guerra de Cuba, que en realidad
no fue más que una
guerra civil, pues españoles eran la mayoría de los contendientes, aunque en el bando de
los mambises había enrolados campesinos esclavos y libertos que no lo eran. Finalmente, en 1.898, Cuba consigue la independencia gracias
al apoyo militar de los EE.UU, que
nos declaran la guerra y, en desigual
batalla naval , --barcos de hierro contra barcos de madera-- destrozaron la anticuada y obsoleta flota española.
Julio Liberto Corrales
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