lunes, 23 de julio de 2018

Artículos publicados en la revista "La Medina"

HOMENAJE AL  DR. LOMO GODOY
Sé humano, muy humano, y haz de tu profesión, no un modus  vivendi: sí un culto, un sacerdocio, un apostolado”. Con estas hermosas palabras definía el Dr. Lomo Godoy su profesión de médico, que  apasionadamente ejercía y que  a nadie como a él se le podrían aplicar con más merecimientos tales principios. 
Eduardo Lomo Godoy nace el 13 de diciembre de 1880 en Santa Isabel de las Lajas, provincia de Santa Clara (Cuba), donde  había sido  destinado su padre en 1870; es pues, un criollo, es decir,  un español nacido en una de las colonias americanas,  o sea,  algo así como la mayoría  de nosotros, cambiando América por África.
Domingo Lomo García, padre de Eduardo,  era  un  bizarro mocetón riojano,  que había ingresado  muy joven en el Cuerpo de la Guardia Civil, alcanza   en 1887 el grado de Coronel después de haber sido condecorado  por mérito de guerra con varias cruces y  medallas,   y ese mismo año fue nombrado Alcalde de Matanzas. Con anterioridad  --en 1876—se casa con Cecilia Godoy, hija de un  banquero. A raíz de la pérdida de Cuba  –con Puerto Rico las  dos últimas colonias americanas-- regresa a España.
Eduardo estudia Medicina en  Madrid e ingresa en  la Academia Médico Militar, de Segovia.   Se doctora  como cirujano en Madrid   en el año 1907 y en 1910 contrae matrimonio con  María Fernández de Cañedo y Zorrilla de San Martín, de cuya unión nacen      dos hijos –Luis y Maruja--. Luis estudia  también Medicina y se  especializa  igualmente como cirujano.                                      
En 1913 un joven teniente de Sanidad Militar se incorpora a la guarnición de Melilla, donde  destaca por su abnegada entrega y  laboriosidad.  Pronto demuestra su sabiduría médica   y   además unas    excelentes dotes organizativas; y  se le encarga la organización de la  Servicios Sanitarios  Civiles de la ya designada  capital del Protectorado: Tetuán. Y el General Gómez-Jordana, Alto Comisario de España en Marruecos, le ofrece la  jefatura de  la Sanidad de Marruecos, que él rechaza, alegando con su habitual modestia: “yo soy un sencillo hombre de quirófano”. Fue el principal promotor y creador del primitivo Dispensario Municipal de la ciudad, que tan  excelentes servicios prestó  a la sociedad tetuaní.
En 1917  fue el encargado de la organización e instalación del Hospital Civil de Tetuán  --–posiblemente su obra más destacada—y  por Orden Ministerial del 29 de septiembre de 1919, en cumplimiento de una Orden Real,  se le nombra:   “…Director del Hospital Civil de Tetuán con tres mil quinientas pesetas de sueldo y otras tres mis quinientas de gratificación anuales…”.  
Su humanidad y su pasión por la medicina provocan  que su horario de trabajo se prolongue  hasta  bien avanzada  la noche. Es un hombre de una singular simpatía y lleno de humor, que transmitía a los enfermos una fe ilimitada con su simple  presencia.  S e convierte así  en médico de cabecera de innumerables familias españolas, marroquíes e israelitas, y visita diariamente  unos cuarenta enfermos, muchos de ellos sin recursos económicos, y a los que atiende sin cobrar nada,  percibiendo en pago la gratitud o y el cariño de los enfermos,  que él valora y aprecia  más que el dinero.
La esposa del Dr. Lomo, aún joven, padecía de un reumatismo degenerativo incurable y se veía  obligaba a andar con muletas. Él se quejaba amargamente  lamentándose: “He salvado muchas vidas, he curado a miles de enfermos y, sin embargo,  desgraciadamente,  no he podido hacer nada para curar a mi  mujer”.
En 1950,  se jubila  tras cumplir 70 años  de edad, ya Comandante, y después de una fecunda y humanitaria labor  de más de cuarenta años  --treinta de ellos como director del Hospital Civil de Tetuán-- pero   ante la  clamorosa petición popular decide permanecer en su puesto durante tres años más; y  en 1954, a propuesta de la Alta Comisaría, que recogió el deseo unánime de entidades, corporaciones y particulares, el Estado Español    le concede la Medalla de Mérito al Trabajo, cuya presea fue costeada por suscripción popular,   y  al ser  numerosas  las personas con escasos medios económicos  deseosas de  contribuir,  acordaron que la donación máxima fuese de  cinco  pesetas. Donaron ricos y pobres, tanto españoles como marroquíes  e israelitas, y se dieron no pocas anécdotas: familias pudientes donaron dicho importe cada uno de sus miembros; otros,  de familia menesterosa, haciendo un esfuerzo económico y profundamente agradecidos se sentían satisfechos donando una  pequeña cantidad.  La medalla le fue impuesta por el Alto Comisario, Teniente-General García-Valiño, seguida de un homenaje con asistencia de  numeroso público, que le expresaron su simpatía, afecto y agradecimiento por la impagable labor que realizó en Tetuán.
Casi a pesar suyo –nunca anheló honores-- en 1930 se le concede la Cruz de Mérito Militar, en 1933 la Medalla Africana, en 1936 Orden de la República, en 1944 Cruz  Caballero de Mérito Civil; y en 1961 ingresa en la Orden de África y en la Orden Civil de Beneficencia, ambas a título póstumo.
Las limitaciones propias del Boletín impide extenderse en el contenido de este homenaje al Dr. Lomo, pero creemos que hay situaciones y anécdotas –su humanitaria  y  hermosa  labor en Marruecos también lo exigen-- que no debemos ni podemos ignorar. Haremos sólo una breve referencia de algunas de ellas.
Alrededor de 1918, el célebre  Raisuli, enfermo de hidropesía, que produce graves trastornos funcionales, encontrándose mal pidió que fuese el Dr. Lomo a atenderlo. Éste fue y como no regresaba, temiendo que hubiera sido secuestrado, fueron a por él. Se lo encontraron tan tranquilo charlando con El Raisuli. Ante el asombro de los “rescatadores”, Don Eduardo les dijo: “Estoy perfectamente, lo que pasa es que con la caza que hay en esta zona si no venís a por mí yo de aquí no me muevo”. La caza era su  otra  gran pasión.
En septiembre de 1920, por orden del Alto Comisario, acompaña a Madrid  a Mohammed Torres,  bajá de Tetuán y destacado político marroquí,   aquejado de fuertes dolores y que iba a ser sometido a una  delicada operación en la capital de España. Y en julio de 1926, tras una complicada operación  quirúrgica al chej de Beni Urriaguel, le extrae un cálculo que pesa 325 gramos, el mayor conocido hasta esa fecha, que es enviado a la Academia de Urología.
En una  entrevista al Dr. Lomo  publicada en el diario “Heraldo de Marruecos” en mayo de 1935 y realizada en el mismo hospital –parte de ella en el mismísimo quirófano—se sorprende el entrevistador de que Dr. Lomo, auxiliado por un solo médico --su hijo Luis, que también es cirujano– y un par de enfermeros como ayudantes   pueda hacer   cuatro operaciones: dos mujeres, de catarata; otra, de un tumor en el hígado; y un hombre marroquí, de hidrocele. Todas ellas fueron realizadas satisfactoriamente y, según informa el periódico, en un tiempo de ¡una hora y catorce minutos. Asombroso!
A pesar de las incontables horas de trabajo que dedica a la Medicina, aún tiene tiempo –diríamos mejor, capacidad de trabajo—para  atender compromisos sociales. Fue  socio fundador del equipo de fútbol “El Español”, que militó en tercera división, participó en la creación  del Atlético Club de Fútbol  de Tetuán y alcanzó la  presidencia  en el año 1933, socio fundador del Casino Español, del que fue Presidente durante décadas hasta su marcha a España. También presidió   la Asociación de Caza. En todos estos cargos, que ejerció simultáneamente, por su  afabilidad y demostrada competencia  consiguió el afecto, simpatía y admiración  de  todos sus socios.
El Hospital Civil de Tetuán,  huérfano de nombre propio y  conocido como hospital español, del que el Dr. Lomo fue uno de sus creadores y su único director hasta su jubilación, bien merecía llevar su nombre; y puesto que conserva la  titularidad española  aún  podría y debería  llevarse a efecto, en reconocimiento a toda una vida de entrega  al servicio de España.
El Dr. Lomo Godoy regresa a Madrid en 1958, donde fallece el 6 de abril de 1961 a los 80 años de edad.  Sus numerosos amigos de  Tetuán lloraron su muerte. Don Eduardo, al terminar este pequeño homenaje permíteme que te tutee y que te llame Don Eduardo como te llamaban cariñosamente tus pacientes, hiciste sobrados méritos para alcanzar la gloria aquí  en la tierra,  y   lo lograste.  Seguro que  cuando  llegaste ahí arriba  con el zurrón repleto de buenas obras  te abrirían las puertas del cielo y estarás gozando de la mejor de las glorias. Aquí también estarás siempre  presente porque  los hombres como tú son inmortales.   Julio Liberto Corrales

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