HOMENAJE
AL DR. LOMO GODOY
“Sé humano, muy humano, y haz de tu
profesión, no un modus vivendi: sí un
culto, un sacerdocio, un apostolado”. Con estas hermosas palabras definía el
Dr. Lomo Godoy su profesión de médico, que
apasionadamente ejercía y que a
nadie como a él se le podrían aplicar con más merecimientos tales
principios.
Eduardo Lomo Godoy nace el 13 de diciembre de 1880
en Santa Isabel de las Lajas, provincia de Santa Clara (Cuba), donde había sido destinado su padre en 1870; es pues, un
criollo, es decir, un español nacido en
una de las colonias americanas, o sea, algo así como la mayoría de nosotros, cambiando América por África.
Domingo Lomo García, padre de Eduardo, era un
bizarro mocetón riojano, que había ingresado muy joven en el Cuerpo de la Guardia Civil,
alcanza en 1887 el grado de Coronel
después de haber sido condecorado por
mérito de guerra con varias cruces y medallas,
y ese mismo año fue nombrado Alcalde
de Matanzas. Con anterioridad --en
1876—se casa con Cecilia Godoy, hija de un banquero. A raíz de la pérdida de Cuba –con Puerto Rico las dos últimas colonias americanas-- regresa a
España.
Eduardo estudia Medicina en Madrid e ingresa en la Academia Médico Militar, de Segovia. Se doctora
como cirujano en Madrid en el año 1907 y en 1910 contrae matrimonio
con María Fernández de Cañedo y Zorrilla
de San Martín, de cuya unión nacen dos
hijos –Luis y Maruja--. Luis estudia también Medicina y se especializa
igualmente como cirujano.
En 1913 un joven teniente de Sanidad Militar se
incorpora a la guarnición de Melilla, donde
destaca por su abnegada entrega y
laboriosidad. Pronto demuestra su
sabiduría médica y además
unas excelentes dotes organizativas; y se le encarga la organización de la Servicios Sanitarios Civiles de la ya designada capital del Protectorado: Tetuán. Y el General
Gómez-Jordana, Alto Comisario de España en Marruecos, le ofrece la jefatura de
la Sanidad de Marruecos, que él rechaza, alegando con su habitual
modestia: “yo soy un sencillo hombre de quirófano”. Fue el principal promotor y
creador del primitivo Dispensario Municipal de la ciudad, que tan excelentes servicios prestó a la sociedad tetuaní.
En 1917 fue
el encargado de la organización e instalación del Hospital Civil de Tetuán --–posiblemente su obra más destacada—y por Orden Ministerial del 29 de septiembre de
1919, en cumplimiento de una Orden Real, se le nombra:
“…Director del Hospital Civil de Tetuán con tres mil quinientas pesetas
de sueldo y otras tres mis quinientas de gratificación anuales…”.
Su humanidad y su pasión por la medicina
provocan que su horario de trabajo se
prolongue hasta bien avanzada
la noche. Es un hombre de una singular simpatía y lleno de humor, que
transmitía a los enfermos una fe ilimitada con su simple presencia. S e convierte así en médico de cabecera de innumerables familias
españolas, marroquíes e israelitas, y visita diariamente unos cuarenta enfermos, muchos de ellos sin
recursos económicos, y a los que atiende sin cobrar nada, percibiendo en pago la gratitud o y el cariño
de los enfermos, que él valora y aprecia
más que el dinero.
La esposa del Dr. Lomo, aún joven, padecía de un
reumatismo degenerativo incurable y se veía
obligaba a andar con muletas. Él se quejaba amargamente lamentándose: “He salvado muchas vidas, he
curado a miles de enfermos y, sin embargo,
desgraciadamente, no he podido
hacer nada para curar a mi mujer”.
En 1950, se
jubila tras cumplir 70 años de edad, ya Comandante, y después de una
fecunda y humanitaria labor de más de
cuarenta años --treinta de ellos como director
del Hospital Civil de Tetuán-- pero ante
la clamorosa petición popular decide
permanecer en su puesto durante tres años más; y en 1954, a propuesta de la Alta Comisaría, que
recogió el deseo unánime de entidades, corporaciones y particulares, el Estado
Español le
concede la Medalla de Mérito al Trabajo, cuya presea fue costeada por
suscripción popular, y al ser numerosas las personas con escasos medios
económicos deseosas de contribuir, acordaron que la donación máxima fuese de cinco pesetas. Donaron ricos y pobres, tanto españoles
como marroquíes e israelitas, y se dieron
no pocas anécdotas: familias pudientes donaron dicho importe cada uno de sus
miembros; otros, de familia menesterosa,
haciendo un esfuerzo económico y profundamente agradecidos se sentían satisfechos
donando una pequeña cantidad. La medalla le fue impuesta por el Alto Comisario,
Teniente-General García-Valiño, seguida de un homenaje con asistencia de numeroso público, que le expresaron su
simpatía, afecto y agradecimiento por la impagable labor que realizó en Tetuán.
Casi a pesar suyo –nunca anheló honores-- en 1930 se
le concede la Cruz de Mérito Militar, en 1933 la Medalla Africana, en 1936
Orden de la República, en 1944 Cruz
Caballero de Mérito Civil; y en 1961 ingresa en la Orden de África y en
la Orden Civil de Beneficencia, ambas a título póstumo.
Las limitaciones propias del Boletín impide
extenderse en el contenido de este homenaje al Dr. Lomo, pero creemos que hay
situaciones y anécdotas –su humanitaria
y hermosa labor en Marruecos también lo exigen-- que no
debemos ni podemos ignorar. Haremos sólo una breve referencia de algunas de
ellas.
Alrededor de 1918, el célebre Raisuli, enfermo de hidropesía, que produce graves
trastornos funcionales, encontrándose mal pidió que fuese el Dr. Lomo a
atenderlo. Éste fue y como no regresaba, temiendo que hubiera sido secuestrado,
fueron a por él. Se lo encontraron tan tranquilo charlando con El Raisuli. Ante
el asombro de los “rescatadores”, Don Eduardo les dijo: “Estoy perfectamente,
lo que pasa es que con la caza que hay en esta zona si no venís a por mí yo de
aquí no me muevo”. La caza era su otra gran pasión.
En septiembre de 1920, por orden del Alto Comisario,
acompaña a Madrid a Mohammed
Torres, bajá de Tetuán y destacado
político marroquí, aquejado de fuertes dolores y que iba a ser
sometido a una delicada operación en la
capital de España. Y en julio de 1926, tras una complicada operación quirúrgica al chej de Beni Urriaguel, le
extrae un cálculo que pesa 325 gramos, el mayor conocido hasta esa fecha, que
es enviado a la Academia de Urología.
En una
entrevista al Dr. Lomo publicada
en el diario “Heraldo de Marruecos” en mayo de 1935 y realizada en el mismo
hospital –parte de ella en el mismísimo quirófano—se sorprende el entrevistador
de que Dr. Lomo, auxiliado por un solo médico --su hijo Luis, que también es
cirujano– y un par de enfermeros como ayudantes pueda hacer
cuatro operaciones: dos mujeres, de catarata; otra, de un tumor en el
hígado; y un hombre marroquí, de hidrocele. Todas ellas fueron realizadas satisfactoriamente
y, según informa el periódico, en un tiempo de ¡una hora y catorce minutos.
Asombroso!
A pesar de las incontables horas de trabajo que
dedica a la Medicina, aún tiene tiempo –diríamos mejor, capacidad de
trabajo—para atender compromisos sociales.
Fue socio fundador del equipo de fútbol
“El Español”, que militó en tercera división, participó en la creación del Atlético Club de Fútbol de Tetuán y alcanzó la presidencia
en el año 1933, socio fundador del Casino Español, del que fue Presidente
durante décadas hasta su marcha a España. También presidió la
Asociación de Caza. En todos estos cargos, que ejerció simultáneamente, por su afabilidad y demostrada competencia consiguió el afecto, simpatía y admiración de todos sus socios.
El Hospital Civil de Tetuán, huérfano de nombre propio y conocido como hospital español, del que el Dr.
Lomo fue uno de sus creadores y su único director hasta su jubilación, bien
merecía llevar su nombre; y puesto que conserva la titularidad española aún podría
y debería llevarse a efecto, en
reconocimiento a toda una vida de entrega
al servicio de España.
El Dr. Lomo Godoy regresa a Madrid en 1958,
donde fallece el 6 de abril de 1961 a los 80 años de edad. Sus numerosos amigos de Tetuán lloraron su muerte. Don Eduardo, al
terminar este pequeño homenaje permíteme que te tutee y que te llame Don
Eduardo como te llamaban cariñosamente tus pacientes, hiciste sobrados méritos
para alcanzar la gloria aquí en la tierra, y lo lograste.
Seguro que cuando llegaste ahí arriba con el zurrón repleto de buenas obras te abrirían las puertas del cielo y estarás
gozando de la mejor de las glorias. Aquí también estarás siempre presente porque los hombres como tú son inmortales. Julio Liberto Corrales
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