Nota del autor
Esta disparatada narración está inspirada en El Quijote y se ha creído conveniente ubicar
en aquella época la
historieta que aquí se
relata, para lo cual se ha tratado de
crear un ambiente equivalente y adecuado a la situación. Que a nadie extrañe, pues, el
uso frecuente de vocablos, giros y expresiones propios del Medievo, que
aparecen entremezclados con literatura
actual a mi libre albedrío y sin ningún
rigor académico.
LOS SUEÑOS DE MOHAMED, EL QLIJOTE (EL OTRO QUIJOTE)
Introducción
En tiempos de protectorado, en un lugar próximo a las costas mediterráneas, desde cuyas aguas alcanzan a verse las costas
españolas, y cuyo nombre en estos
momentos no alcanzo a recordar, aconteció el alumbramiento de Mohamed Qlil Hamaq, quien
por su gran parecido con Alonso de
Quijano bien merecía haber nacido en el
mismísimo corazón de la Mancha, pero él, respetuoso con sus orígenes, prefirió que su nacimiento aconteciera en el Magreb.
Hombre
avellanado, figura triste, cetrino de tez, protuberante nuez, tieso de cuerpo aunque
desgalichado, apurado de carne, consumido y
seco de rostro, cabellos plateados,
nariz aquilina, ojos avispados,
egregios bigotes ligeramente
agrisados; y también, como el Quijote, frisaba la edad con los cincuenta
años.
Una olla
de jarira los lunes que repetía en
los días de miércoles, cuscú con mondongo y entraña día y noche de cada martes, los jueves pastela con algo más de pollo que de vaca, meshui
y de añadidura postre de shuparkia en los
festivos viernes, tayín de pescado en las
jornadas matutinas de sábados, y para los domingos tayín con algo
de cordero del que siempre
sobraba los viernes. Este era el reparador menú
semanal que a lo largo de los años
permanecía inalterable, salvo en los
meses de Ramadán, que él siempre cumplía religiosamente.
Su
obsesiva afición por la lectura de
libros de caballería era una constante en su azarosa vida, hasta el punto de que
más que leerlos los devoraba, podríamos
decir, sin exagerar, que casi masticaba su lectura. Un día quiso la fortuna, aunque para él fuera desgraciada fortuna, que cayese en sus
manos la más sublime obra de la
literatura mundial –El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha-. Quedó tan
entusiasmado con su lectura que
encerrose en su aposento y allí estuvo días y días y días con sus
correspondientes noches, leyendo y
releyendo de claro en claro las apasionantes aventuras de Alonso de Quijano. Incluso cuando el sueño vencía a su ya muy debilitada naturaleza, seguía
junto al Quijote, al cual
él “hablaba y aconsejaba y acompañaba” en
sus caballerescas aventuras. No
probaba bocado alguno y sólo de agua se
mantenía, con lo cual sus de por sí escasas carnes fueron mermando hasta
convertirse prácticamente en piel seca pegada al esqueleto. El pelo se
le tornó cano, creciole barba y bigote y
su juiciosa cabeza andaba ya escandalizada viendo cómo muchas de sus
neuronas no pudieron soportar tal
presión y, alborotadas, habíanse sublevado; y fue así cómo Mohamed perdió la cordura. “Del mucho leer y poco
dormir se le secó la sesera y vino a perder el juicio”. Ya no quedaba nada de
aquel profesor de matemáticas que fue y nunca más podrá seguir dando clase en su querida madraza de Fez.
Cuando,
después de tantos días encerrados en su alcoba, decidió
al fin
abandonarla, su aspecto y enajenación eran de tal
guisa que su familia al verle, presa de
pánico, salió despavorida calle abajo y
en un punto desapareció. Mientras, Mohamed, adarga en mano zurda y mostrando
amenazante una larga vara en la diestra,
que a modo de lanza exhibía en ristre, preso de
encantamiento gritaba sin cesar “Yo soy el Qlijote, yo soy el Qlijote…”
(Habiendo leído que el propio Alonso Quijano convino en llamarse Quijote (
él, cuyo nombre era Mohamed Qlil
sospechó, creo que acertadamente, que debiera ser llamado Qlijote).
Hablaba español
con cierta dificultad, un castellano arabizado, aun cuando el hecho de
haber penetrado hasta en las entrañas de la obra de Cervantes con esa intensidad que
su pasión le exigía, vino en enriquecer
su vocabulario, lo cual permitiole
asimilar algunos de los vocablos y expresiones
que el Quijote usaba
habitualmente y que tanto entusiasmaban a Mohamed. Su problema era la construcción de frases, el
tiempo de los verbos y, mayormente, la pronunciación, que es característica
común en los árabes cuando hablan
nuestro idioma, dada la diferente dicción de nuestras respectivas lenguas. Igual o peor ocurre a la recíproca, pues nuestra
pronunciación cuando intentamos hablar árabe es de lo más deplorable, salvo raras excepciones. En ocasiones se utiliza el vocablo moro sin el menor sentido peyorativo y, por supuesto, con el respeto que tal expresión merece. Entiendo que la casi totalidad de este
párrafo no deja de ser un añadido a esta
narración, pero he creído oportuno exponerlo para evitar suspicacias y malos entendidos.
LOS SUEÑOS DE MOHAMED, EL QLIJOTE
Sueño I
En el que Mohamed se convierte en el espíritu
de El Quijote
…”Que
toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”,
decía Calderón de la Barca. Mohamed pareció
beber en demasía desta sentencia
calderoniana , y deste modo su vida se hizo sueño, y sus sueños convertiéronse en fantasmagóricas situaciones , los
cuales vivía ( ¿o sufría?) de
manera tan excepcional que, recién levantado , se le veía molido y el cuerpo
magullado y lleno de moretones que nadie
acertaba a comprender cómo podían sucederles durante el sueño. Según cuentan,
sorprendentemente, las tales
magulladuras eran idénticas a las que
el propio Quijote se producía en sus
muy diversas y disparatadas batallas
caballerescas.
En
éste, su primer sueño que aquí
vengo en relataros, Mohamed observa al Quijote
mirándose en un grande
espejo que había en su alcoba.
Y estando de esa guisa el señor Quijano reparó, algo confuso,
cómo su figura -la que reproducía
el espejo- se movía de distinta manera a
como lo hacía él. Alarmado, a la vez que
furioso, le espetó: ¿qué brujería es ésta atrevido y
malvado espejo? Y si lo que mostráis no
es cosa de encantamiento sino grosera mofa a todo un armado y noble caballero como yo, os juro que os haré pagar
cara vuestra atrevida osadía.
-No
sinior don Quijoti, iso no istar cosa de brojiria ni tampoco cosa di cachondio.
Soy yo tu ispirito.
- ¿Cómo que sois mi espíritu, estoy quizás
muerto sin que nadie me haya matado y
sin que, siendo yo el interesado, jamás
recibiera comunicación alguna de tal defunción?
-Vos,
sinior Don Quijote, sois la carni, buino
si ti digo virdad carni no tini mocha, piro tu istar vivito y coliando; y yo, os ripito
sinior, soy il vuistro ispirito.
--¡Vive
Dios que me tenéis confundido! , decidme pues, ¿cómo es que, siendo vos espíritu, alcanzo a
veros con mis propios ojos?
- No priocupi mi
sinior don Quijoti, si tu mira a mi tu sí
mi vi; on
persona otro mira a mí, isi no puidi
vir a mí.
- ¿y qué
extraña forma de platicar es ésa, cuya
pronunciación y vocabulario ignoro y con dificultad apenas alcanzo a comprender?
-
Sinior don Quijote, ti digo on sicrito, to in vida otra istaba arabi, nacir in Maruicos
y to nombri Mohamed ; yo qui soy
to ispirito hablo arabi, claro,
eso no puidi sir di on manira
otra, piro pa qui to intindi a mí yo
aprindío ispaniol poquito.
- ¡Qué inaudita
historia me contáis señor Mohamed!
¿O debo llamaros espíritu? Pero aun así y admitiendo como cierta
vuestra increíble confesión
- reclamó encolerizado el señor
Quijano- ¿cómo os atrevéis a abandonar mi cuerpo y dejarme
huérfano de alma estando yo en armado
caballero? Y siendo como es que el honor
es patrimonio del alma, si no tengo alma no tengo honor. ¿Pensáis, quizás, insensato,
que un hidalgo caballero puede
ir por esos mundos de Dios deshaciendo entuertos
sin alma
y, por lo tanto, sin honor?
- Tranquilo sinior Quijote, yo aclaro
a ti il problima
qui pasa aquí. Tu ispirito is gimilo y como to istar tan
sico omo on mojama in to cuirpo no hay
ispacio pa los dos, po intoncis yo m´ iscapao y dijo tranquilo mi hirmano
gimilo; il ti coida dintro y yo ti coido
fuira.¡ Ah!, on cosa otra qui ti digo,
si tu quiri puidi qui mi liama Mohamed, qui isi istaba to propio nombri in vida toya otra. Piro mi
gostaria mas mijor
qui mi liami Qlijoti.
Según
cuentan, Mohamed, al cual
ciertamente la sesera se le hubo atascado, no le aconteció igual
con sus habilidades de pícaro ,
que no habíanse rebajado ni siquiera un ápice y seguía siendo tan astuto como de
ordinario siempre fue . Y gracias
a sus artimañas y argucias no le fue difícil
convencer al Quijote, ganándose su confianza y aprecio.
LOS SUEÑOS DE MOHAMED, EL QLIJOTE
Sueño II
En el que Mohamed conoce a Dulcinea
Aún
dormía el pueblo con sueño profundo. La madrugada comenzaba lentamente a
desperezarse. La nitidez del aire hace que los lejanos caseríos parezcan más
cercanos y puedan distinguirse los
últimos árboles en el horizonte. Un silencio casi absoluto recibe al nuevo día con un cielo claro y azul; sólo el suave murmullo de un riachuelo, con su
eterna y pertinaz cantinela milenaria, rompía
la paz de aquel silencio manchego.
En esto
apareció en el lugar Don Quijote
saliendo de su castillo, que no era más que
un añoso ventorrillo, en el que
húbose alojado, próximo a la
posada en la que moraba su fiel Dulcinea,
pues habíase levantado muy de mañana.
Caminaba lento, como si tratara de dibujar sus pasos en el polvo del camino y sin interés alguno por turbar la generosa paz de la alborada. Un sol, aún tibio pero resplandeciente, destacaba la silueta de una esbelta palmera
de fino talle que la brisa mecía sutilmente y se cimbreaba parsimoniosa, presumiendo de su modélico cuerpo y dando la
impresión de que pretendiera pavonearse.
Se erguía recta hacia el cielo intentando alcanzar las
nubes. Su alargada sombra protegía de los rayos solares al Quijote,
que entusiasmado se dirigía hacia la palma,
permitiéndole apreciarla en toda su natural belleza. Sin dudarlo y con paso decidido y ceremonioso
dirigiose a ella,
inclinó levemente la cabeza en señal de respeto y desta manera le habló: “buenos
días tengáis vos, distinguida señora”. La ligera
brisa que corría en ese instante fue
suficiente para que la fina pero recia palmera se inclinara ante él con la misma delicadeza que un cisne mueve su arrogante y distinguido cuello,
correspondiendo así a su gentil saludo que, el señor Quijano, cumplidamente agradeció.
Aquella
escena fue observada con incredulidad por Mohamed, el cual se encontraba sentado en una peña
próxima a la palmera, pues habíase
levantado antes de que
el alba asomara por el horizonte, según él, para meditar. Quedó pasmado y quiso
imitar el gesto del Quijote. Caminó
hacia el
aparente endeble palmáceo repitiendo, con rigurosa
exactitud, toda la quijotesca parafernalia de gestos de Alonso de Quijano, y seguidamente le habló
desta manera: “buinos días siniora Palmira”. Ésta, sin
inmutarse, permaneció impávida y no movió ni siquiera una simple hojuela de una sola de sus muchas ramas,
pues el escaso viento que reinaba con anterioridad había cesado en ese preciso instante.
¡Pero insensato!
– recriminole el Quijote -
¿cómo osáis llamar palmera a esta
elegante dama? Volved
al instante a la señora, pedidla disculpas y saludadla
con la cortesía propia de un caballero, pues por algo sois mi espíritu y, de alguna manera, ostentáis mi
representación. Mohamed accedió
gustoso a cumplir los consejos y recomendaciones recibidos del Quijote. La caprichosa casualidad quiso que tornara un soplo de aire, que fue suficiente para que el
ligero tronco de la arrogante palmera cediera levemente y pareciera también corresponder a la salutación. Mohamed no
podía creer lo que veía y pensó que
aquello fue cosa de encantamiento y dijo
en alta voz: me voy a volver loco. Aún no se había dado cuenta que ya lo
estaba.
Poco después de aquel acontecimiento Mohamed vio cómo
al Quijote, andando con cierta dificultad, entraba en el aposento de Dulcinea del Toboso, del que al cabo de un rato
salía tieso como un estaca y caminando con paso marcial, tal como verdaderamente corresponde a un hidalgo y noble caballero.
Mohamed, aquella noche, como de costumbre, había dormido mal y levantose más cansado que cuando se acostó, incluso con muestras de grande extenuación y
evidentes signos de
desmoralizamiento. Cuando húbose ausentado el Quijote del lugar
acudió presto a la morada de Aldonza Lorenzo, a la que el hidalgo
caballero bautizó como Dulcinea del Toboso, aparentando estar molido y bajo de moral. La tal Aldonza,
confundiole con su amado
caballero y, extrañada, preguntole: “¿Cómo,
amado mío, otra vez por aquí, no curaron mis refriegas los males que padecíais?
-No,
siniora Dolcinia, coy yo, Mohamed, il
Qlijote, il ispirito dil sinior don Quijoti qui salio de so coirpo pa ayudarli in
lios soyos.
Más asustada que asombrada, Dulcinea, balbuceando
inquirió: “pe,pe,pero ¡ cómo que vos sois el espíritu de mi señor Don Quijote! ¿Y cómo
es que, siendo vos espíritu, mis ojos alcanzan
a distinguiros? ¿Y tan raro hablan los
espíritus?”
-Iso
cosa difici d´isplicar, yo ti isplico
dipuis, siniora Dolcinia. Ahora, mi haci on favor, mi da on masajito p´arriglar coirpo
mio qui istoy molido. Barak
al-lahu fik.
No
tardó mucho el ladino Mohamed en darse cuenta de que la señora Aldonza no estaba muy
convencida y recelaba de sus palabras. Y durante más de media hora
estuvo platicando con ella
tratando de persuadirla de que sí era el verdadero espíritu de su amado caballero,
don Alonso de Quijano, y de
que debiera recibir de ella igualitario trato y
atenciones. No ha trascendido la
conversación que Mohamed mantuvo con
Dulcinea y por ello, sintiéndolo mucho, no puedo ni comentarla ni reproducirla.
La cosa cierta es que la dama quedó totalmente convencida y, finalmente, prendada del espíritu de su amado.
Fue así
como Dulcinea, accedió gustosa a los deseos del tunante de Mohamed, que para ella no era otra cosa que
el susodicho espíritu de su venerado
caballero. La dama, que a decir verdad andaba
escasa de entendederas, poseía, sin
embargo, innegable habilidad manual. Y presta se
puso mano a la obra iniciando la refriega que Mohamed
reclamaba, y cuyo cuerpo
tardó poco en recoger
y agradecer la fértil cosecha de su delicado trabajo. La alicaída moral del moro, ya aliviada, pronto se vino arriba y a cada refriega correspondía
jubilosa su elevada moral.
Aldonsa, espantada y algo
turbada aunque gozosa
a la vez, sentíase
satisfecha viendo cuán importante había sido el trabajo realizado, y orgullosa atreviose a darle una palmadita en la espalda a Mohamed, con
timorata picardía, comentando: ¡qué grande y extraño espíritu el suyo, señor Qlijote!. Y añadió: parece
que la refriega ha dado sus buenos y
hermosos frutos.
IPa qui
via mi siniora Dolcinia, qui cosa qui pasa in la vida, yo soy il ispirito di on armado cabaliiro, piro ahora yo tambiín istoy
caabliiro armado.
¿Y quién, a vuestra merced, ha hecho caballero
armado?
Mohamed, con una majestuosa inclinación de cabeza, digna
del más noble de los caballeros andantes, gentilmente,
respondiole: “Vos, mi siniora Dolcinia”.
Dulcinea
no alcanzaba a comprender cómo aquel espíritu aparentaba, y cada vez más
, ser de carne y hueso, aunque evidentemente bastante
más de hueso
que de
carne, excepción hecha del extraño comportamiento y la
reacción parcial del cuerpo del
moro, en el que las refriegas dulcineanas no
producían semejante resultados
en el resto de su escuálido organismo,
lo cual traía muy de cabeza
a la desorientada Aldonza . Ésta,
con cierto nerviosismo, le hizo mil y
una preguntas, a las que Mohamed fue oportunamente correspondiendo de manera tan disparatada que ni una sola de sus respuestas podría
caber en cabeza juiciosa alguna. Abducida, y cada
vez más confundida, escuchaba atentamente
su descabellada réplica, que él,
astutamente, adornaba con alguna que otra lindeza. Sea
como fuere, la cuestión es que poco después oyèronse salir de aquel aposento unos gritos y quejidos como si estuvieran apaleando a
algún desventurado o desventurada.
Y hasta la fecha, a pesar del tiempo
transcurrido, aún nadie ha logrado averiguar ni la naturaleza
ni la razón de aquella especie de alaridos. Mohamed jamás hizo comentario alguno de tal
evento.
Julio Liberto Corrales
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