lunes, 23 de julio de 2018

Mohammed, el otro Quijote


Nota del autor
Esta  disparatada narración  está inspirada en  El Quijote y se  ha   creído conveniente  ubicar   en   aquella época   la  historieta   que aquí  se  relata,  para lo cual se ha  tratado de  crear  un  ambiente equivalente y adecuado a  la situación. Que a nadie extrañe, pues, el uso  frecuente de  vocablos, giros y expresiones   propios del Medievo,   que aparecen entremezclados con  literatura actual  a mi libre albedrío y sin ningún rigor académico.

  
LOS SUEÑOS DE MOHAMED,  EL QLIJOTE (EL OTRO QUIJOTE)

Introducción

En  tiempos de protectorado, en un lugar  próximo a las costas mediterráneas,  desde cuyas aguas alcanzan a verse las costas españolas,  y cuyo nombre en estos momentos no alcanzo a    recordar, aconteció el alumbramiento de   Mohamed Qlil  Hamaq,  quien  por su gran parecido con Alonso de Quijano bien merecía haber nacido en  el mismísimo corazón  de la Mancha, pero  él, respetuoso con sus orígenes,  prefirió que su nacimiento aconteciera en  el Magreb.

Hombre avellanado,   figura triste,  cetrino de tez,  protuberante nuez, tieso de cuerpo  aunque  desgalichado,  apurado de carne,  consumido y  seco de rostro, cabellos  plateados,  nariz aquilina, ojos  avispados,  egregios   bigotes     ligeramente agrisados; y  también,  como   el Quijote, frisaba la edad con los cincuenta años. 
   
Una olla de jarira los lunes que repetía en  los  días de miércoles,  cuscú   con  mondongo y entraña  día y noche de cada martes, los jueves   pastela con algo más de pollo que de vaca, meshui  y de añadidura  postre de shuparkia   en los festivos  viernes,  tayín de pescado   en  las jornadas  matutinas de sábados,  y para los domingos tayín con  algo  de cordero del  que siempre sobraba   los viernes. Este era el reparador   menú semanal  que a lo largo de los años permanecía inalterable,  salvo en los meses  de Ramadán, que él siempre  cumplía religiosamente.

Su obsesiva afición  por la lectura de libros de caballería era una constante en su azarosa vida, hasta el punto  de  que más que leerlos los devoraba,  podríamos decir, sin exagerar, que casi   masticaba  su lectura. Un día quiso la  fortuna, aunque para él fuera  desgraciada fortuna,  que cayese   en sus manos  la más sublime obra de la literatura mundial –El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha-. Quedó tan entusiasmado  con su lectura que encerrose en su aposento y allí estuvo días y días y días con sus correspondientes noches,  leyendo y releyendo de claro en claro las apasionantes aventuras de Alonso de Quijano.  Incluso cuando el sueño  vencía a   su ya  muy debilitada naturaleza,  seguía    junto  al Quijote,  al cual  él    “hablaba y aconsejaba  y acompañaba”    en sus  caballerescas  aventuras.  No  probaba bocado alguno y sólo de agua se  mantenía, con lo cual sus de por sí escasas carnes fueron mermando hasta  convertirse prácticamente  en piel seca pegada al esqueleto. El pelo se le tornó cano, creciole  barba y  bigote y  su juiciosa  cabeza andaba  ya escandalizada viendo cómo muchas de sus neuronas no pudieron soportar tal  presión y, alborotadas, habíanse sublevado;   y  fue así cómo Mohamed   perdió la cordura. “Del mucho leer y poco dormir se le secó la sesera y vino a perder el juicio”. Ya no quedaba nada de aquel profesor de matemáticas que fue y nunca más  podrá seguir dando clase en  su querida  madraza de Fez.

Cuando, después de tantos días encerrados en su alcoba,    decidió   al fin  abandonarla,  su  aspecto  y  enajenación eran  de  tal guisa  que su familia al verle, presa de pánico, salió  despavorida calle abajo y en un punto  desapareció. Mientras,   Mohamed, adarga en mano zurda y mostrando amenazante una larga vara  en la diestra,  que  a modo de lanza exhibía en ristre, preso de encantamiento  gritaba sin cesar  “Yo soy el Qlijote, yo soy el Qlijote…” (Habiendo leído que el propio Alonso Quijano convino en llamarse Quijote ( él,  cuyo nombre era Mohamed Qlil sospechó, creo que acertadamente, que debiera ser llamado Qlijote).

Hablaba  español  con cierta dificultad, un castellano arabizado, aun cuando el hecho de haber penetrado hasta en las entrañas   de la obra de Cervantes con esa intensidad que su  pasión le exigía, vino en enriquecer su vocabulario, lo cual permitiole  asimilar     algunos de los  vocablos   y  expresiones  que el Quijote  usaba habitualmente    y que tanto entusiasmaban a Mohamed.  Su problema era la construcción de frases, el tiempo  de los verbos y, mayormente,   la pronunciación, que es característica común en  los árabes cuando hablan nuestro idioma, dada la diferente dicción de nuestras respectivas lenguas.  Igual  o peor ocurre a la recíproca, pues  nuestra  pronunciación cuando intentamos hablar árabe es de lo más  deplorable, salvo raras excepciones.  En ocasiones se utiliza el vocablo moro sin el menor  sentido peyorativo y, por supuesto,  con el respeto que tal expresión    merece. Entiendo que la casi totalidad de este  párrafo no deja de ser un añadido a esta narración, pero    he   creído oportuno exponerlo para  evitar suspicacias y  malos entendidos.


LOS SUEÑOS DE MOHAMED, EL QLIJOTE

Sueño  I
En el que Mohamed se convierte en el espíritu de El Quijote

…”Que toda la vida es sueño, y  los  sueños,  sueños  son”,  decía Calderón  de la Barca. Mohamed  pareció  beber  en demasía  desta  sentencia  calderoniana , y    deste modo  su vida se hizo sueño,  y sus sueños    convertiéronse   en   fantasmagóricas  situaciones  ,  los cuales   vivía ( ¿o  sufría?) de  manera  tan excepcional   que,  recién levantado ,    se le veía molido y el  cuerpo  magullado y  lleno de moretones    que     nadie  acertaba  a  comprender  cómo podían   sucederles    durante el sueño. Según cuentan, sorprendentemente,   las tales magulladuras eran  idénticas  a  las que el  propio  Quijote se producía  en sus  muy diversas y   disparatadas   batallas caballerescas.

En éste, su primer sueño  que aquí vengo  en  relataros, Mohamed observa  al  Quijote  mirándose  en  un grande  espejo que había en su  alcoba.  Y estando de esa guisa el señor Quijano reparó,  algo confuso,   cómo su figura  -la que reproducía el espejo-  se movía de distinta manera a como lo hacía él.  Alarmado, a la vez que  furioso,  le espetó: ¿qué brujería es ésta atrevido y malvado espejo?  Y si lo que mostráis no es  cosa de  encantamiento  sino grosera mofa a todo un armado  y noble  caballero como yo, os juro que os haré pagar cara vuestra atrevida osadía.

-No sinior don Quijoti, iso no istar cosa de brojiria ni tampoco cosa di cachondio. Soy yo tu ispirito.
-  ¿Cómo que sois mi espíritu, estoy quizás muerto sin que nadie me  haya matado y sin que, siendo yo el interesado,   jamás recibiera  comunicación alguna de  tal defunción?
-Vos, sinior Don Quijote,   sois la carni, buino si ti digo virdad carni no tini mocha, piro tu istar vivito y coliando;  y  yo,   os  ripito sinior,   soy  il  vuistro  ispirito.
--¡Vive Dios que me tenéis confundido! ,   decidme  pues,  ¿cómo es que, siendo vos espíritu, alcanzo a veros  con mis propios ojos?
-  No  priocupi  mi  sinior don Quijoti, si tu mira a mi tu    mi  vi;    on persona  otro mira a mí, isi no    puidi  vir a mí.
-  ¿y  qué  extraña forma de platicar es ésa, cuya pronunciación y vocabulario ignoro y con dificultad apenas alcanzo a   comprender?
- Sinior don Quijote, ti digo on sicrito, to in vida  otra istaba arabi, nacir  in Maruicos   y  to nombri Mohamed ; yo qui soy to   ispirito hablo arabi,  claro,  eso no puidi sir di  on manira otra, piro pa qui to intindi  a mí yo aprindío  ispaniol poquito.
- ¡Qué  inaudita   historia me contáis señor Mohamed! ¿O debo llamaros espíritu? Pero aun así y admitiendo  como cierta  vuestra   increíble  confesión  - reclamó encolerizado  el señor Quijano-  ¿cómo  os atrevéis a abandonar mi cuerpo y dejarme huérfano de alma  estando  yo en  armado caballero?  Y siendo como es que el honor es patrimonio del alma, si no tengo alma no tengo honor. ¿Pensáis, quizás,  insensato,  que un hidalgo caballero    puede ir por esos mundos de Dios  deshaciendo entuertos sin  alma  y, por lo tanto, sin honor?

 - Tranquilo sinior Quijote, yo   aclaro   a ti   il  problima   qui pasa aquí.   Tu ispirito is gimilo y como to istar tan sico omo on mojama  in  to cuirpo  no hay  ispacio pa  los dos,  po  intoncis yo m´ iscapao y dijo tranquilo mi hirmano gimilo;  il ti coida dintro y yo ti coido fuira.¡ Ah!,  on cosa otra qui ti digo, si tu quiri puidi qui mi  liama Mohamed,  qui isi istaba to  propio nombri in vida toya otra. Piro mi gostaria   mas  mijor  qui  mi liami  Qlijoti.

Según cuentan,  Mohamed,    al cual  ciertamente  la sesera      se le hubo    atascado, no le aconteció  igual  con  sus habilidades  de pícaro ,  que    no  habíanse rebajado   ni  siquiera un  ápice y seguía siendo  tan astuto como    de  ordinario siempre  fue . Y gracias a sus artimañas  y  argucias no le  fue  difícil  convencer al Quijote, ganándose su confianza y aprecio.

LOS SUEÑOS DE MOHAMED, EL QLIJOTE

Sueño  II
En el que Mohamed conoce a Dulcinea

Aún dormía el pueblo con sueño profundo. La madrugada comenzaba lentamente a desperezarse. La nitidez del aire hace que los lejanos caseríos parezcan más cercanos  y puedan distinguirse los últimos árboles en  el horizonte.  Un silencio casi absoluto recibe  al nuevo día con un cielo claro y azul;  sólo el suave murmullo de un riachuelo, con su eterna y pertinaz cantinela milenaria, rompía  la paz de aquel silencio manchego.

En esto apareció en el  lugar Don Quijote saliendo de su castillo, que no era más que   un añoso ventorrillo,  en el que  húbose  alojado, próximo a la posada  en la que moraba su fiel Dulcinea,   pues habíase levantado muy de mañana. Caminaba lento,  como si tratara de  dibujar sus pasos en  el  polvo del camino y sin interés alguno por turbar  la generosa paz  de la alborada. Un sol, aún  tibio pero resplandeciente, destacaba  la silueta de una  esbelta   palmera de fino talle  que  la brisa mecía sutilmente  y se cimbreaba parsimoniosa,  presumiendo de   su modélico cuerpo y dando   la impresión    de que   pretendiera   pavonearse.  Se  erguía  recta hacia el cielo intentando alcanzar las nubes.  Su alargada sombra  protegía de los rayos solares al Quijote, que  entusiasmado se dirigía hacia la palma, permitiéndole   apreciarla   en toda su natural  belleza.  Sin dudarlo y con paso decidido  y ceremonioso   dirigiose  a ella,  inclinó  levemente  la cabeza  en señal de respeto y desta manera le habló: “buenos   días tengáis vos, distinguida señora”.  La  ligera brisa que corría en ese  instante fue suficiente para que la fina pero recia  palmera  se  inclinara ante él  con  la  misma delicadeza que un  cisne mueve su arrogante y distinguido cuello,    correspondiendo así a  su gentil saludo que,  el  señor Quijano,   cumplidamente agradeció.

Aquella  escena fue observada  con incredulidad por Mohamed,  el cual se encontraba sentado en una peña próxima a la palmera,  pues habíase levantado   antes   de que el alba asomara por el horizonte, según él, para meditar.  Quedó pasmado y   quiso imitar el gesto del  Quijote.   Caminó hacia     el aparente  endeble  palmáceo repitiendo,   con rigurosa    exactitud,  toda   la   quijotesca  parafernalia de gestos  de Alonso de Quijano, y  seguidamente  le  habló desta manera:   “buinos días siniora Palmira”. Ésta, sin inmutarse,  permaneció impávida    y  no movió ni siquiera  una simple  hojuela  de una sola de sus  muchas ramas,    pues  el escaso viento que reinaba con anterioridad  había cesado  en ese preciso instante.

¡Pero   insensato!   recriminole  el Quijote -  ¿cómo  osáis llamar palmera a esta elegante   dama?   Volved  al instante  a la señora, pedidla disculpas y saludadla con  la cortesía propia de un caballero,  pues  por   algo sois mi espíritu  y, de alguna manera, ostentáis mi representación.  Mohamed   accedió gustoso a cumplir los consejos y recomendaciones recibidos del Quijote. La  caprichosa casualidad  quiso que tornara  un soplo de aire,  que fue suficiente para que  el  ligero   tronco de la  arrogante palmera cediera levemente  y pareciera también  corresponder  a la salutación. Mohamed   no podía creer lo que veía y  pensó que aquello  fue cosa de encantamiento y dijo en alta voz: me voy a volver loco. Aún no se había dado cuenta que ya lo estaba.

 Poco después de aquel  acontecimiento  Mohamed vio   cómo   al Quijote, andando con cierta dificultad,    entraba   en  el aposento de   Dulcinea del Toboso, del que al cabo de  un  rato salía tieso como un  estaca  y  caminando  con paso marcial, tal como verdaderamente   corresponde a un  hidalgo y noble  caballero.

 Mohamed, aquella noche,  como de costumbre,  había dormido mal y  levantose  más cansado que cuando se acostó, incluso  con muestras de grande extenuación   y  evidentes signos de  desmoralizamiento.  Cuando  húbose  ausentado el Quijote del   lugar    acudió presto a la morada de Aldonza Lorenzo, a la que el hidalgo caballero   bautizó como    Dulcinea del Toboso,  aparentando estar molido y bajo de moral.   La tal  Aldonza,  confundiole  con su amado caballero y, extrañada,   preguntole: “¿Cómo, amado mío, otra vez por aquí, no curaron mis refriegas  los males que padecíais?

-No, siniora Dolcinia, coy yo,  Mohamed, il Qlijote,  il ispirito dil sinior don   Quijoti qui salio de so coirpo pa ayudarli in lios soyos.
Más asustada que asombrada, Dulcinea, balbuceando inquirió: “pe,pe,pero  ¡ cómo que vos    sois el espíritu de mi señor Don Quijote!    ¿Y cómo   es que, siendo vos espíritu, mis ojos alcanzan a distinguiros?  ¿Y tan raro hablan los espíritus?”
-Iso cosa difici d´isplicar, yo ti isplico  dipuis, siniora  Dolcinia.  Ahora, mi haci on  favor, mi da on masajito   p´arriglar  coirpo  mio  qui istoy molido. Barak al-lahu fik.

No tardó mucho el  ladino  Mohamed en darse cuenta  de que la señora Aldonza no estaba muy convencida y recelaba de sus palabras. Y durante más de media  hora  estuvo  platicando con ella tratando de persuadirla de que sí era el verdadero espíritu de su amado caballero, don Alonso   de Quijano,  y  de que debiera recibir de ella    igualitario trato  y  atenciones.  No ha trascendido la conversación  que Mohamed mantuvo con Dulcinea y por ello, sintiéndolo mucho, no puedo ni comentarla ni reproducirla. La cosa  cierta es que la dama quedó  totalmente convencida y, finalmente,  prendada del espíritu de su amado.

Fue así como  Dulcinea, accedió gustosa  a los deseos del tunante  de Mohamed, que para ella no era otra cosa que el susodicho  espíritu de su venerado caballero. La dama, que a decir verdad  andaba escasa de entendederas,  poseía, sin embargo, innegable habilidad manual.  Y presta   se puso mano a la obra   iniciando  la  refriega que     Mohamed  reclamaba,   y cuyo cuerpo   tardó poco  en  recoger y agradecer  la fértil cosecha de  su delicado trabajo.  La   alicaída moral del moro,  ya aliviada,  pronto se vino  arriba y  a cada refriega   correspondía  jubilosa su elevada moral.

Aldonsa,  espantada  y algo  turbada  aunque  gozosa  a la vez,  sentíase satisfecha  viendo  cuán importante había sido el trabajo  realizado,  y orgullosa  atreviose a darle  una palmadita en la espalda a Mohamed, con timorata picardía,   comentando: ¡qué grande y extraño  espíritu el suyo, señor Qlijote!.  Y añadió:   parece que la refriega ha dado sus buenos  y hermosos frutos.
IPa qui via mi siniora Dolcinia, qui cosa qui pasa in la vida, yo  soy il ispirito di on   armado cabaliiro,  piro  ahora  yo tambiín   istoy caabliiro armado.

¿Y  quién, a vuestra merced, ha hecho caballero armado?

Mohamed,   con una majestuosa  inclinación de cabeza,   digna del  más noble  de los caballeros andantes,   gentilmente,  respondiole: “Vos, mi  siniora  Dolcinia”.

Dulcinea  no alcanzaba a comprender cómo  aquel espíritu aparentaba, y cada vez más ,  ser de carne  y hueso, aunque evidentemente   bastante   más de  hueso que  de  carne,   excepción hecha del  extraño comportamiento   y la reacción parcial   del cuerpo   del moro,   en el que las refriegas dulcineanas  no  producían    semejante  resultados  en  el resto de su escuálido  organismo,   lo cual  traía  muy de cabeza  a la desorientada Aldonza .  Ésta, con cierto nerviosismo,    le hizo  mil  y una preguntas, a las que Mohamed fue oportunamente correspondiendo de  manera tan disparatada  que    ni una sola de sus respuestas   podría   caber en cabeza juiciosa alguna.   Abducida,  y  cada vez más  confundida,   escuchaba  atentamente  su  descabellada réplica, que él, astutamente,  adornaba  con    alguna que otra lindeza.   Sea como fuere, la cuestión es que   poco   después    oyèronse   salir de aquel aposento unos gritos  y quejidos como si estuvieran  apaleando  a  algún  desventurado o desventurada.  Y hasta la fecha, a pesar del tiempo transcurrido, aún nadie ha logrado averiguar  ni   la naturaleza  ni la  razón  de aquella especie de alaridos.    Mohamed jamás hizo comentario alguno de tal evento.

Julio Liberto Corrales


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